EL CALIFATO DE CÓRDOBA

El comienzo del Califato de Córdoba en el año 929, supuso el inicio de una de las épocas de mayor esplendor político, comercial y cultural de Al-Ándalus. Este momento de prosperidad se dio en gran parte gracias a sus dos primeros califas, Abderramán III y su hijo Alhakem II. Estos supieron consolidar el territorio mediante una política en la que, alguna de las funciones del califa, quedaban relegadas a hombres de su confianza.

LAS ACCIONES DEL GOBIERNO DEL CALIFATO DE CÓRDOBA EN AL-ÁNDALUS.

Así, se designó a un háyib, considerado como el representante del califa, distinguiéndose como un cargo honorífico. Por otra parte, los visires recibían la función de asesores políticos. Los cadíes se encargaban de los temas de justicia, ejerciendo su labor de acuerdo al Corán. Estos además administraban los bienes de la comunidad, y dirigían la oración en las mezquitas.

«En cuanto a la división territorial, Al-Ándalus seguía dividida en coras. Siguiendo así una distribución similar a la ya existente en época emiral.»

La organización administrativa mejoró gracias al cobro de impuestos y tasas. La economía se basó en el comercio, la industria de artesanías y la agricultura, que incorporó nuevas técnicas de vanguardia. Además, se acuñó moneda, llegándose a convertir en la más importante y valiosa de la época.

Asimismo, se favorecieron las políticas destinadas a potenciar el patrimonio arquitectónico y cultural. Las ciudades más importantes de Al-Ándalus fueron dotadas de pavimentación del trazado urbano. También de alcantarillado, e incluso de alumbrado público.

Otro de los objetivos del califato de Abderramán III y su primogénito fueron los pactos y alianzas con otros imperios, como el bizantino y el germánico.

También se preocuparon por el avance de los reinos cristianos del norte. Con este fin enviaron contingentes continuos para hostigarles.

EL DECLIVE DEL CALIFATO DE CÓRDOBA.

Mientras tanto, las guerras existentes entre las dinastías Omeya y Fatimí, seguían presentes al norte del continente africano. Ambas familias quedaban enfrentadas por el control de ciudades como Ceuta, Tánger o Melilla. De estas, los Omeyas solo pudieron conservar las dos primeras.

Pero, con la llegada al poder del nuevo heredero del imperio, Hisham II, el Califato de Córdoba comienza su declive.

La corta edad a la que Hisham II asciende al poder tras la muerte de su padre en el año 976, provoca que uno de los hombres de confianza de su progenitor, Almanzor, lo usurpe en la toma de decisiones, haciendo de él una simple marioneta que carecía de cualquier influencia política.

«En el momento de la toma de posesión, el nuevo califa Hisham II tan solo tenía 11 años.»

Almanzor y dos de sus hijos se suceden en el gobierno de Al-Ándalus, sumiendo a la población en una dictadura militar. Con la muerte de uno de estos, su otro hermano, Sanchuelo, toma el mando del imperio. Este, consigue que el todavía califa en la sombra Hisham II, le nombre como legítimo heredero del califato.

La indignación que este hecho supuso para los partidarios de la dinastía Omeya, la escasa capacidad de Sanchuelo para gobernar, y las constantes luchas entre etnias, desembocan en un periodo de anarquía y revueltas, que finaliza con el inicio de la conocida como Fitna o Guerra Civil de Al-Ándalus en el año 1009.

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